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El Rex: una película sin sazón

Solo con el plato servido en la mesa, la pésima atención y lo poco apetitosa que luce la comida, se puede uno hacer una idea de lo que sucede tras bambalinas en la cocina del restaurante Rex, abierto al público hace solo unos pocos días, en el hermoso edificio ‘Art Decó’ en el que funcionó este legendario teatro de la carrera 45 con calle 37 esquina, pleno centro de la ciudad de Barranquilla.

Ejerciendo mi natural derecho al espantajopismo barranquillero acudí uno o dos días después de su apertura. Fue un domingo a eso de las 3 de la tarde. El sitio me pareció más adecuado para un bar-restaurante, que un lugar para cenar como tal. Fui con mi familia y nadie nos guió a nuestra entrada que se produjo a tientas, tratando de ver dónde nos podíamos ubicar, en medio de un estropicio de platos, cucharas y vasos, transportados por un batallón de meseros (bien uniformados), que pasaban en todas las direcciones sin rumbo aparente.

Me tocó levantar el brazo rogando con desespero que nos atendieran, ya que nadie se percató de nuestra presencia en el sitio.

Lo primero que me impresionó fue la cantidad de paltos que tiene la carta. Dicen que más de 90. Mal diseñada, sin un ápice de ingenio y conteniendo un inagotable repertorio que hace que cuando tú llegas a la última parte, tengas que devolverte porque ya se te olvidó que fue lo que viste al principio y después sucede lo contrario, en un círculo vicioso que desespera tanto que terminas pidiendo cualquier cosa.

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Creo recordar tan exagerada variedad que se pasea por casi toda la diversidad gastronómica colombiana, combinándola con pescados, aves y carnes a la parrilla hasta llegar a un nicho de pastas con salsas de mariscos y una variedad no inferior a 10 sancochos típicos diferentes, todos los cuales supuestamente tienen a disposición los domingos. Para enloquecer a cualquiera.

En medio de la presión del mesero y del hambre, terminamos ordenando carnes ‘al grill’ (como burdamente dice en la carta) y para mí una bandeja paisa que había visto en mesas vecinas y que lucía bien. Es mejor ir a lo seguro, porque el filete de pescado que sirven es la asiática bassa, contra la cual tengo mis prevenciones bien fundadas.

No quiero entrar en muchos detalles del sitio. Es obvio que un lugar al que le invirtieron tanto dinero y cuya restauración tardó tanto tiempo, tenía que quedar tal cual: espectacular.

Por eso no me parece justo que la comida no esté a la altura del sitio. A pesar de que ordenamos cuatro platos, una de las pechugas de pollo llegó sospechosamente rápido y hubo que esperar bastante tiempo la otra pechuga, el lomo de cerdo y mi bandeja paisa.

Las pechugas de pollo dan tristeza de lo pálida y resecas que llegan, sin hablar de la porción bastante poco generosa, al igual que el cerdo, recocido, reseco, sin brillo, pálido y por supuesto sin sabor. La bandeja paisa suele quedar como queda la mayoría de las bandejas paisa: bien, es decir en el promedio, nada del otro mundo. Agradecí que me pusieran el aguacate pelado, pero el chorizo es frito, fatal.

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¿Precios? La bandeja 18 mil, las tristes pechugas y el triste cerdo a 15 mil, total que cuatro personas terminamos pagando 80 mil pesos con las bebidas (ninguna alcohólica), lo cual da un nada barato promedio de 20 mil pesos por cabeza, que honestamente no se compensan con lo consumido.

Si quieren experimentar un sitio bastante bonito, ambientado en cine clásico, pero con una comida bastante regular, pueden ir. Yo difícilmente vuelvo. Ante todo, para mí lo primero es la comida y el sitio es secundario y por esos precios hay muchos lugares mil veces mejores en Barranquilla.

 

Comida: 2 estrellas (de 5)

Rango de Precios: 3 (de 5)

Volvería: No

 

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