Por Ronald Rangel
@ronaldrangel
Apenas en el 2010, es decir menos de cinco años atrás, los colombianos llegamos a comprar dólares por debajo de los 1.800 pesos. ¡Qué tiempos!, suspirarán algunos.
Y es que cuando los consumidores empezaban a cogerle el gusto a las compras por Internet, de repente la divisa, que se creía hundida para siempre por debajo de los 2.000 pesos, empezó a subir de una manera escandalosa y ya llegó a estar por encima de los 3.000 pesos, una cifra jamás prevista ni por los más expertos.
Y ni siquiera es hablar de los tiempos en que un dólar costaba lo mismo que un peso, cuando no existían los conceptos de economía globalizada y cuando aquello de que ‘cuando Estados Unidos estornuda al mundo entero le da gripa’ se le había ocurrido a nadie.
Ni en los peores tiempos de la recesión económica de Colombia a finales de los 90 que el dólar controlado a través de la famosa banda cambiaria, apenas llegó a estar por encima de los 1.000 pesos colombianos, que ya de por sí se trataba de una cifra que en su momento generó nerviosismo.
¿Pero esto de los 3.000 pesos? Si ya la señora Alejandra Morales había aprendido a comprar en Amazon, pedía cosas en Alibabá, comercializaba en eBay, compraba hasta el Walmart, todo ‘online’ con su tarjeta de crédito. ‘Ya no compro nada. Termino de pagar y las dejo para comprar en el país”, dice con pesar.
Pero ni así se librará de los efectos de una divisa tan elevada. Todas las importaciones, tanto de productos terminados como de materia prima, se están viendo afectadas con la situación y si se tiene en cuenta que Colombia es un país mayoritariamente importador de bienes, el tema terminará tocando todos los bolsillos.
“Imagínese si el Gobierno no quiso bajar la gasolina cuando el dólar estaba barato, ahora sí que menos”, opina con decepción Luis Julián López que maneja un modesto vehículo particular al que tiene que tanquear a diario para su transporte y el de su familia.
Para muchos llegó a su final los tiempos de los precios bajos para hacer turismo en el extranjero, para adquirir ropa de marca allende las fronteras e incluso se prevé una ola alcista de elementos básicos de la canasta familiar, cuyas materias primas son importadas, muchas de ellas productos agrícolas cuya producción nacional no alcanza a abastecer el mercado interno.
Maíz, trigo, sorgo, soya, algodón, arroz, frutas de todas las variedades y una incontable cantidad de productos importados aumentarán de precio a no dudarlo.
Lo peor de esto es que la gente en la calle siente que de llegar a presentarse una vez más el fenómeno contrario, es decir que la divisa empiece a bajar, tal como sucedió entre el 2003 y el 2013, la carestía seguirá igual. Pocos entienden la política de dejar que el mercado se encargue de determinar la fluctuación de la tasa cambiaria sin intervención alguna del Estado.
Los que exportan son los únicos felices. Se genera empleo y ese sector vive una bonanza que podría incentivar a que muchos empresarios se animaran a expandir las fronteras de sus productos o servicios.
Pero de momento el proceso es un poco violento o al menos así lo está percibiendo el común de las personas en la calle, aún sin un conocimiento a fondo de lo que verdaderamente está sucediendo.
No se sabe hasta dónde llegará esta marejada avasalladora que mantiene a la expectativa a la gente cada mañana a ver cómo está el dólar, quizás como en pocos momentos de la historia. Algunos creen que en un momento empezará a bajar y se estabilizará en 2.800 o 2.700 pesos que se considera una cifra acorde con la realidad internacional.