Por Ronald Rangel Ramírez
Este es el verdadero piloto perdido del avión de una película ochentera que no nos asustó tanto como esta horda de noticias sin sentido, que se van tropezando unas con otras mientras asistimos atragantados sin posibilidad alguna de digerirlas, transformando la normalidad de antes a lo que ahora se le ha colgado el pomposo título de la “nueva normalidad”.
El piloto del cine que tendrá que ser individual, con puertas y ventanas abiertas. (Por cierto, ¿alguien ha visto alguna sala de cine con ventanas por ahí?), sin crispetas ni perros calientes, con tapabocas para no reír ni gritar en los momentos de suspenso y con un distanciamiento tal, que seguro habremos de comunicarnos con nuestra pareja y familiares, por un grupo de Whastsapp con código QR de modo que no nos perdamos en la claridad de ventanales y portones florecidos.
Ese mismo piloto que se montó en los comercios, para hacernos entrar a las carreras, entregando (quién sabe para qué) todo tipo de datos a los establecimientos, como no, desinfectándonos una y otra vez las manos y los zapatos, tratando de tocar las cosas la menor cantidad de tiempo posible, que en definitiva nos quitó el plan del ‘shopping’, actividad preferiblemente relegada a una sentada en el computador para ver todo en línea como en los nuevos tiempos, aprendiendo lo nunca antes aprendido.
El piloto de estos restaurantes extraños que están abriendo por estos días en Barranquilla, a los que familias de más cuatro miembros no pueden asistir, donde no podemos encontrarnos con nadie porque está prohibido saludarse de una mesa a otra. De nuevo el celular salva la patria.
“Hola mi llave, tiempo sin verte. Cuadro te veo bien, rozagante y con unos kilitos de más que te quedan bien”. “No joda llave y cuándo me viste”. “Ahora mismo te estoy viendo, estoy en la mesa de al lado, soy el del tapabocas del Real Madrid”, gesto con la mano desde lejos, porque la mesa de al lado realmente no está al lado sino a varios metros, porque hay que dejar espacio amplio por aquello del distanciamiento social.
“Buen día mi señora, en qué le puedo servir”, supongo que vibrará el teléfono al sentarse uno a la mesa sin posibilidad alguna de que el mesero lo oriente sobre si la tal langosta a la termidor se la sirven a uno ya acabada o si la salsa putanesca es una broma morbosa que se le ocurrió al que diseñó el menú en la aplicación del restaurante.
Este piloto que pronto abrirá playas sin bañistas, hoteles sin turistas, carreteras sin vehículos, aulas sin estudiantes, pensiones sin pensionados, salones sin bailarines, estadios sin hinchas, estaderos sin picós, billares sin tacos ni bolas, incluso el mismo que también será el encargado de comandar la reactivación de los aviones, que pronto volverán a los cielos del mundo con la mitad de las sillas desocupadas, sin el paseo relajante de las azafatas con su carrito ofreciendo café, agua o jugos Hit, cuando el capitán ya les comunica que el vuelo es seguro.
Y échese buen alcohol en las manos y por nada del mundo se le ocurra quitarse el tapabocas. De ser posible, equípese con una pantalla de estas que se ponen a modo de cascos transparentes frente a la cara, evitando que la peligrosa humanidad te envíe para una clínica en medio de la inocencia que da el viejo refrán: “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Pero, en medio de todo, este piloto no del todo malo. Ahora reabrirá los bares, los cuales serán zanahorios. Tal cual, como siempre lo soñaron muchos padres en tiempos de prepandemia cuando sus hijos mayorcitos se les quedaban hasta altas horas de la madrugada por ahí pendejeando en las calles, y llegaban eufóricos de felicidad por la prolongada ingesta de alcohol durante esas horas de desvelo.
He escuchado que tendrán que reinventarse un poco, ofreciendo jugos naturales o infusiones de eucalipto, té verde, miel y propoleo, sustancias que seguramente no pondrán eufórico a nadie, pero sí que prevendrá más de un dolor de cabeza para los padres atribulados. “Traiga otra tanda de guarapo con bastante limón y que esta noche no me esperen en la casa. ¿Bailamos amor?”.
Las penas se ahogarán en mazamorras de plátano, petos y chichas de patilla, en lugar de cervezas, rones, tequilas y whiskys. Habrá apuestas sobre quién logre engullir más pepitas de maracuyá y lo salseros bailarán acompañando la farra sana de espesos bebedizos de avenas vallunas o agua de arroz bien cargada.
No faltará quien critique a este piloto. Me dirán que sin licor no es posible sostener a un bar con sus empleados, pero bueno, es lo que hay. Vainas de la pandemia, qué más se puede hacer. A disfrutar de la nueva normalidad emborrachándonos con guandolo santandereano. A no ser que también esa sea considerada una bebida embriagante y peligrosa. Amanecerá y rumbearemos.