Por Ronald Rangel Ramírez
Hace poco le escuché a alguien decir, cómo es posible que a este bebé lo bauticen sin consultarle. Así como se bautizan los católicos. Cuando eres bebé y se supone que naces untado del pecado original, el cual solo desaparece con el agua bendita de la pileta arzobispal, un acto lleno de festejos y jolgorios de una tradición de la que te habrás de enterar muchos años después cuando escuches los relatos de tus padres mientras pasan las hojas de un viejo álbum donde están las fotos de aquel momento.
No sé si ese acto ennoblecido por las más puras intenciones de quienes te concibieron, en verdad sea el que te sacuda el pecado original o si tal cosa existe, pero de lo que sí puedo estar seguro es de que un mal no me hicieron. Y es que son muchas las cosas que te han venido haciendo a lo largo de tu vida sin consultarte y de las que te has enterado tiempo después.
Quizás cuando naciste te metieron en una incubadora para que hoy pudieras estar vivo, es posible que nunca te alimentaran de leche materna y sin duda eres hincha o no del Junior, porque tu papá así lo decidió por ti, y si no te gusta el mote de queso es posible que sea a causa de que tu madre prefería el Emmental en aquellos años de tu infancia primigenia.
Hay ocasiones en las que uno debe actuar por fe. Seguramente, después de estos días anormales que hemos vivido en este año que está agonizando, al igual que yo, tú te estarás haciendo la gran pregunta: y cuando me toque a mí, ¿qué voy a hacer?
Yo me imagino que recibirás una llamada de tu EPS, un mail de tu empresa o verás algún cartelito invitándote. Te llegó el momento de inocularte esa sustancia ya mítica que promete develar los secretos más poderosos desde que los alquimistas concibieron la piedra filosofal. Te inmunizará contra el Covid 19 y entonces tú y yo dejaremos esta libertad prisionera en que nos sumergió esta pesadilla que no tiene fin.
Claro, ya sé que no sabes qué hay en el frasquito. No eres el único. Te pasan por la mente los sonidos de chips para trocarte en reptiliano, de salpullidos, de dolores intensos, de fiebres insoportables. En fin, de muertes en el intento y entonces te preguntas: ¿qué estoy haciendo yo aquí? Alguien que me salve.
Yo lo que me digo es: cómo nunca me contagié de viruela, de tétanos, de paperas, de sarampión, polio, tosferina, etcétera, etcétera. Hay algunos que muestran con orgullo una cicatriz añeja en un hombro. “Esto fue una vacuna que me pusieron”.
Como tantas otras cosas, te las pusieron sin consultarte. Así, tus cuidadores se aseguraban de llenar el carné para que pudieras estudiar y ejercían el amor protector que los mueve siempre a tratar de que vivas de la mejor manera y no logro imaginarme a alguien auscultando si lo que te estaban inyectando era un virus inactivado, debilitado, si se trataba de un compuesto orgánico extraído de los chimpancés azules del África meridional o una célula modificada de un roedor mutante de Madagascar o si allí iba también una gotita aportada por los iluminatis para alienarte al nuevo orden mundial.
La ciencia ha avanzado mucho. Mi generación en cuatro décadas ha visto cambios que nunca se vieron en muchos siglos y esto no se detiene. Cuando a tus hijos o nietos les hablen de la posibilidad de irse a una parcela en Marte, tal como se lo imagina hoy en día Mr. Musk, también habrán de enfrentarse a un dilema tremendo.
Similar al que estamos pensando tú y yo en este momento. ¿Y ahora qué hago? Por eso la fe es la fe bajo la lupa de la religión, la filosofía, la ciencia o de cualquier cosa y simplemente se ejerce o no.
Si es verdad que con esto nos vamos a curar de esta enfermedad y vamos a regresar a la normalidad sin tapabocas que todos anhelamos, yo no te lo puedo asegurar. Nadie te lo puede asegurar, pero ten siempre presente que, en últimas, es un asunto de fe, algo tan simple y cotidiano como respirar.
O te imaginas un mundo en el que nadie confiara en nadie ni en nada. Caso perdido, segurísimo. Por eso no juzgo a quienes bautizan a sus hijos o les ponen vacunas sin consultarles. Al fin y al cabo, están ejerciendo un acto de fe.
Como este de escribir pensando que estas líneas ayudarán a muchas personas en muchas partes del mundo. Honestamente, ya no sé si eso sea fe o si más bien paso a ser un optimista demente que se cree el más tiburón en un mundo de ballenas.