Por Ronald Rangel Ramírez
Yo creo que nunca antes como en estos tiempos, valoramos a las sonrisas como realmente ellas se lo merecen. Y ahora que no las podemos ver ni mostrar, cómo las echamos de menos. Esa sonrisa cómplice que te levantaba el ánimo en tu lugar de trabajo, aquellas carcajadas ensordecedoras que podían contagiarte en tu peor día, el reír en silencio, en público, en una reunión para distensionar los ámbitos.
Cuántas sonrisas nos quedan por entregar y por recibir en el camino. Cuántas nos faltan, cuántas negamos, cuántas nos negaron. Sonrisas silenciosas, a media boca, risas incontenibles, esplendorosas, a boca abierta, resecando los temores, espantando los miedos, echando lejos el mal momento.
Siempre hubo un motivo para sonreír, especialmente en una región tan alegre como la mía, donde todos nos reímos de todos, donde no hay nadie digno del más mínimo respeto, cuando de la burla amable se trata. Lo decía el propio Gabo en su momento. En las ciudades del Caribe colombiano todo el prestigio se acaba cuando sales a la calle y cualquier cristiano te dice en tu cara: “y qué viejo Gabo, ¿todo bien?”.
El desparpajo de nuestra idiosincrasia es tan atrevido que a la gente le da igual que seas el mismísimo ‘papa chirilo’, porque aquí te sacan un apodo. “Pa jodé al cabeza e’ lengua ese” y no hay nadie capaz de contradecir semejante escrutinio popular que viene a ser en nuestro caso más bien un cumplido que se le hace a la gente más querida.
Preocúpate cuando por aquí nadie te mame gallo. Los foráneos que no caen bien lo saben a la perfección. Podrás venir del altiplano, de las tierras frías del norte o de Júpiter. Cuando nadie te hace un gracejo o se burla de alguna parte de tu cuerpo, la vaina no va bien.
Uno que ha nacido y crecido en estas tierras espesas, en las que la canícula se mitiga a punta de cerveza fría, sabe que la gracia está en siempre tener un motivo para reír. Risas con dientes nuevos, viejos, risas a las que les falta la delantera (algunos dientes frontales), risas sin dientes, risas que hacen volar chapas, carcajadas ensordecedoras que se esparcen hasta el infinito, atraviesan las fronteras y se escuchan en las desconocidas tierras del mundo de las estaciones, viajan en tren, aviones, vehículos, buques.
Risas que son capaces de desentrañar los misterios de la resurrección humana, que curan enfermos, que lavan espíritus, que alejan demonios, risas corporativas, sinceras, de corazón, alma y sombrero vueltiao, como debe ser. Risas que arreglan todo lo que esté desarreglado en la vida.
Yo no sé si los nacidos en el Caribe colombiano seamos las personas más alegres del mundo, pero competimos en los primeros puestos de los que más se ríen, de eso no hay duda. No importa que tan sombrío sea el panorama, siempre estará la risa que una vez inmortalizara Neruda pidiendo con clamor desesperado: “Quítame el pan si quieres, quítame el aire, pero no me quites tu risa”.
Nosotros los que olvidamos todo riéndonos, que celebramos hasta cuando Electricaribe reanuda el servicio eléctrico, que nos desayunamos, no con noticias, sino con chismes dignos de alegrarnos el día, que no importa cuánto dinero haya en los bolsillos, siempre tendremos motivos para reír, nosotros los indómitos bufones felices del país, que vivimos para sonreír, cómo nos ha dado duro este asunto de la pandemia y los tapabocas o mascarillas, como usted le diga.
Porque en este mundo raro ya no hay sonrisas contagiosas. Sales a la calle y solo ves a gente agitada, siempre de prisa, sin un atisbo de felicidad, al menos visible. Esa felicidad tan expresiva que se esconde tras esos artefactos absurdos que nos cubren la boca, justo por donde antes podíamos sonreír.
Hay muchas razones por las que todos queremos que esta pandemia pase de una vez por todas y entre más rápido mejor, pero sin duda alguna, por más que el dólar suba o baje, que el camello esté duro, que haya que rebuscarse como sea, que caminemos por calles desoladas y que en el cielo el sol no brille como antes, lo más importante para nosotros es que vuelvan esas risas brillantes, hermosas, radiantes y contagiosas, como solo las sabemos producir los paridos a orillas del mar Caribe.