Los prisioneros del sancocho

Por Ronald Rangel Ramírez

Mientras todos corrían, hasta las autoridades, la mezcla explosiva yacía humeante sobre unos maderos incandescentes que echaban humo. La prensa había de relatar, horas más tarde, la barbarie más escandalosa de la que se tenía noticia en el día. Un peligroso alijo de vitualla y carnes sumergidos en un caldo espeso y marrón con decoraciones de hierbitas y leguminosas coloridas, ya estaba a buen recaudo con el recipiente redondo y profundo que los contenía. Por fin ya no representaba un peligro para la sociedad.

Como tampoco ya eran peligro los saltarines contraventores, quienes presuntamente habían actuado con dolo y sevicia, metiéndole el diente a las mazorcas, yucas y ahuyamas. Ahora estaban frente a las cámaras, posando al lado de dos uniformados con sus armas relucientes, que los habían logrado reducir y que ahora los llevarían a disposición de autoridad competente, no sin antes ponerles sus respectivos tapabocas con los cuales hubiera sido imposible entrarle a la presa de costilla fresca, literalmente, cuerpo del delito.

La situación fue tensa desde que se ideó hasta que se ejecutó la operación. De manera sigilosa el plan se habría fragüado a través de un grupo súper secreto de Whatsapp con el insólito nombre de “Los que comemos hasta las últimas consecuencias”, en el cual a través de claves estilo masón, se comunicaban para ejecutar este detestable crimen.

“Ya tú sabes, hay que llevar el recipiente”, decía el uno. “¿Y el armamento?”, respondía el otro. “Tranquilo, yo tengo posibilidad de que un amigo me traiga unos cuantos kilos”. “Esa vaina va a ser candela”, argumentaba otro. “Eso es lo que se quiere” puntualizaba otro con emoticón de manito arriba multiplicado por tres. El administrador pondría el orden enumerando las tareas en una lista de chequeo que habría de borrarse en máximo cuatro horas, cuando ya todos tuvieran asignada su misión.

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Acordada fecha, hora y punto de encuentro, cada quien se puso en lo suyo. Las yucas mortero, los plátanos ametralladora, las mazorcas catapulta, los ajos aturdidores, las papas granada, los tóxicos manojos de cilantro, col y cebollín, las púas de costilla de res, los tramposos gordos del marrano, los muslos y contramuslos del pollo nuclear y buena munición de agua envenenada y refrescos con pócimas capaces de hacer caminar en reversa al enemigo.

Nunca se sabrá dónde se reunieron. Eso es materia de investigación hasta el momento de escribirse esta columna. Se encontraron, y con los bultos del delito, emprendieron una felina travesía que los llevaría hasta la orilla de una corriente de aguas apacibles, que corrían diáfanas sobre rocas pulidas que brillaban con los primeros destellos de un sol naciente, entrando a través de una frondosa vegetación a través de la cual no se avizoraba la presencia de enemigo alguno.

Nunca pensaron, que en poco tiempo serían protagonistas del home de los portales web, la primera imagen de los noticieros del país ni mucho menos llegaron a imaginar que serían célebres por la catástrofe que estuvieron a punto de causar de no ser por la oportuna acción de las autoridades que a tiempo llegaron para desmantelar ese aquelarre de hampones de la justicia, que trataron sin éxito de huir del lugar, aún atorados con los primeros sorbos del bebedizo del demonio que durante toda la mañana habían preparado.

“Compa, y la yuquita había salido harinosa”, se lamentaría uno de los asistentes, dos días después desde la tranquilidad de su vestíbulo a través del grupo de Whatsapp al cual habían rebautizado con el lamentable nombre de “Prisioneros del sancocho”, donde expiaron a su manera sus culpas y malestares luego de firmar el comparendo del millón de pesos y reconocer ante las autoridades que aquello no era una simple olla con sopa, sino que se trataba de un macabro invento que había puesto la salud pública en juego y que si la curva del contagio no se aplanaba sería en buena medida por ese actuar reprochable y malévolo.

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Me cuentan que ahora “Los prisioneros del sancocho” y sus familias, no solo no tienen de donde sacar el millón de pesos fruto de su desesperación por ir contra la ley establecida, sino que han desarrollado un comprensible desprecio por la ingesta de caldos, sopas, cremas y similares, atormentados por la inminente posibilidad de que por algún lado haya un uniformado dispuesto a apuntarle con un arma urgido de hacer cumplir su misión, ante semejante atrocidad.

 

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